lunes, 8 de septiembre de 2008

Mi Mar


Una historia, cualquiera, se desvanece, pero la vida que ha sido rozada por esa historia queda por toda la eternidad. El recuerdo se borra, pero queda otra cosa en su lugar. La tierra toma formas eternas, mientras que el agua se adapta a la fugacidad de todas las cosas, transcurriendo sobre ellas. No se pierde en los repliegues de la multiplicidad sino que toma de ellos una cualidad de infinito que la vuelve perfecta e inmodificable. En cuanto al aire, es un destino de las cosas y las vidas; cuando sólo el recuerdo se aferra a los giros de una hoja desprendida, el vacío que ha cavado en el aire intermedio entre los cielos delicadamente superpuestos y la tierra opaca resplandece de pronto, en una eternidad que imita la del silencio y oyen los que tienen el oído muy aguzado. Pero las vidas pasan, y con ellas todo lo demás: civilizaciones, imperios, y hasta la visión y la belleza de los paisajes en su ciclo acuarelado de estaciones. No lo creemos, pero es así. Nunca podemos creerlo, porque nos distrae la irisada contemplación de nuestras propias vidas que se reflejan en otros, en otros innumerables, a veces amados. La ciencia de la Historia ha creado un gran malentendido en ese aspecto. Sucede que, por definición, la Historia no admitirá que es irreal. Y sin embargo deberíamos buscar en la irrealidad su definición. ¿Qué ocurre cuando una vida se desvanece? Quizás otro color desciende sobre el mundo, y se agrega a la gran suma imperfecta y fluctuante. Pero no podemos estar seguros. Nunca hemos presenciado ese acontecimiento, y sólo podemos imaginarlo, para lo cual es preciso imaginar previamente grandes modificaciones en el mundo; y nuestros sabios nos han explicado minuciosamente que todo en sus suposiciones prehistóricas es un sueño. Aceptamos, entonces, la transparencia inherente a lo humano, y vivimos con ella; se puede vivir con menos, como podrían demostrarlo con facilidad esta o aquella fábula, todos los apólogos contradictorios que se repiten con la sensualidad ausente de una música al azar del tiempo. No existe continuidad entre el hombre y la naturaleza, sólo resonancias, siempre truncas y elegantemente asimétricas como un cortejo de caballitos enjaezados por un paso de montaña.

Cesar Aira, una Historia China .